Siempre estas allí,
A dar dentelladas a cualquiera
Que perciba tus encantos,
Y se caiga en el
Aroma de tus
carnes,
Se te reconoce,
Por tus vestidos de dolor,
De sangre
De sed, de lágrimas, de angustia,
Por Tus labios inmerecidos
Que destilan
El alma de tus inocentes presas,
Acechas todo a tu alrededor
No disimulas tu andar
Tus caderas te delatan
Y rompen la materia
Muerta de este mundo
Que tanto te atrae, y dominas,
Tus collares de negro luto y lentejuelas,
Tus enaguas de madre perla,
Engalanan el vil
acecho y la presa inocente
No se da cuenta de tus dientes de plata,
Que le vigilan el carmesí
de sus entrañas,
Tu silueta como la noche acecha
En todos los corazones que por ti laten
Y mueren sin perdón sin locura,
Eres Toda tú,
Salida del edén de los perfumes
Cálidos y sórdidos,
Con tus espinas de vida y muerte
Que desangran lo de adentro,
Lo profundo, lo interior,
Lo inmenso de tu mirada
Que busca y distrae
Que no muere,
Pero que enamora
Y siempre mata,
Tu espera larga
Pero segura
Sobre las hojas
Ya frescas y quemadas
Por el fuego de tu pasión
Moribunda que ahoga,
Todo lo que rozas
Con tu sombra No sobrevive,
Tú la del camino
Estrecho y la vida torcida
Por el destino de unos besos,
Que mortales juraron
Renacer en pasión y muerte,
En acecho y venganza,
Siempre triunfas,
Siempre inmortal
Tu cálida mirada de cristal
Es el puñal que mata…